En un breve descanso, mis pupilas se rodean de verde, mis rechonchas mejillas sienten la brisa húmeda de agosto. Mis pies descalzos, inquietos cuando al cerrar mis párpados vuelven a mi mente.
Recuerdo el delirante calor de los incontables pasos, la pesada lluvia y mas el granizo. Pero mas recuerdo la incertidumbre y el temor que había provocado la prensa sensacionalista. Cada una de esas parecieran mil mañanas y mil noches poniendo dentro de la mochila el riesgo, la incomodidad, el cansancio, el edor de un día largo de trabajo, la inhumanidad. No había espacio para mas, ni siquiera para la dignidad. Perdimos mucha vida viajando en la oscuridad de la madrugada y de la noche apretados y rebalsando en la cama de un camión.
Cada jornada, una nueva aventura. No necesariamente divertida. La vida a la que estábamos habituados había sido puesta en crisis. ¿Acaso aquel caos que tanto amamos podía ser peor? Era difícil pensar que las decenas de caminantes nocturnos nos daba exactamente la respuesta que no queríamos aceptar.
La ingeniosidad parió ideas que hasta los menos oportunistas usureros supieron aprovechar. Nadie sabía con certeza lo que pasaba. Todo se manejaba a nivel de suposiciones, supersticiones y anonimato de los verdaderos autores de la semana del 27 de julio. Justo antes de las fiestas, antes de las vacaciones que también querían ser abortadas justificando el progreso económico. Era tan necesario que como yo, todos pudiésemos tener un tiempo para digerir y defecar semejante nivel de egoísmo. Ya mucho disgusto habían causado la lujuria por el dinero.
Los rumores hablaban de boicot con lucro político, de antesalas desestabilizadoras de un golpe de estado, conspiración de acuerdos de empresarios con pandillas, del gobierno con cooperativas, de un submundo incontrolable, de muchas cosas, pero nosotros aquí, la gente vimos muerte en el asfalto como causa y efecto, nada más. Quizás conocer solo esos rumores hubiera sido más humano que vivirlo, pero recuerdo que esas dosis de realidad son las que nos hace ser quienes somos y que no podemos creer que las consecuencias de esas decisiones nunca van a llegar a nosotros, que nunca reventarán nuestras burbujas.
De lejos, muchos espectadores especulaban incrédulamente. Pero si una de mañanas o tardes no vivieron esta odisea, sus palabras no carecen de valor. Otros a cucharadas de inmensos sorbos se atragantaban de lo que la televisión decía en medio de los consejos de cuidado de una abuela, madre, una esposa y una hija. Decían las empresas haber perdido millones. Culpaban a quien los noticieros quisieran hacer ver como culpables. Todos unas marionetas de una mano negra gigantes que gotea dividendos. No supe entonces adonde se dirigían aquellas flotas rebosantes de gente por las mañanas, si no iban para sus trabajos.
Vivimos una paranoia colectiva. Veía a los soldados y policías apuntando con sus armas de todo lo que sospechaban. Y si, si sospechaban de todo. Era lógico la muerte había visitado a muchas familias arrebatando padres, hijos, hermanos, hijos y amigos. Con sus fusiles querían no sentirse vulnerables, nadie quería. Pero muchos, como los combatientes callejeros eran casi niños, demasiado jóvenes para morir, traídos de sus cantones a proteger desconocidos, sin saber si iban a regresar o si tan siquiera les iban a pagar. Nadie parecía resolver nada.
"Vivimos en tiempos de guerra" decían las personas mayores. Pero antes, había un propósito, hoy no.
Yo, en medio de este tablero de juegos me sentí diminuto. Fue muy fácil para todos perder la fe. Sentí retroceder al oscurantismo, me convertí en una oveja parte de un rebaño sin pastor. Yo, al menos, me creí que no era suficiente, una causa perdida, creí que lo que hago era una pequeña e indiferente gota en el ancho mar. Pero alguien me susurró al oído y calmó mi ansiedad. Son pequeñas gotas que juntas pueden causar una marea. No es necesario resolver todo el problema para ser parte de la solución.
Me convencí entonces que somos mas. Que somos fuertes. Unidos somos aun mas fuertes. Nada de esto nos detuvo. Nosotros si hemos resuelto sobrevivir. En medio del éxodo cíclico, caminé con valientes que se reían de la muerte engañándola en su propio sendero. Caminé con jornaleros soñadores de un mañana. Patriotas, que no quieren dejar esta tierra a sus hijos en las manos de aquellos que se hacen ricos con el miedo de sus hermanos. Somos más los hacedores.
Sobrevivimos. Seguimos viviendo con nuestros enemigos. Pero, ¿Qué mérito tiene amar a nuestros amigos cuando el verdadero reto es amar a nuestros enemigos?
¿Ahora qué vamos a hacer después de aquí?